Tras pegarle una buena paliza a José con el tío con el que
acabo de ponerme hasta el culo de coca en los baños, recupero algo de mi
cordura. Estoy sentado contra la pared y en el suelo hay un charco de sangre.
“¡Que se joda!” me digo a mí mismo mientras le escupo en la cara un repugnante
moco.
Después de haberla preparado buena en el baño, ambos
remontamos sudorosos las escaleras sin decir una sola palabra. Mi nuevo colega
se acerca a la barra y hace un gesto parecido a ajustarse una corbata
imaginaria. Patrick, el camarero, se acerca con una gran pinta de cerveza pero
mi colega se la niega y le dice que quiere dos whiskies dobles. Comienza a
sonar por los altavoces “I Just Want to Have Something to Do” de los Ramones y
tragamos nuestro whisky a ritmo de rock sin que ninguno de los dos todavía haya
abierto la boca después de la pirada de olla del baño.
- A propósito me llamo Mel – me dice el tipo mientras me
tiende la mano.
- Yo soy Willy, compañero – le contesto estrechándole la
mano.
Ambos seguimos tragando como auténticos animales sin decir
una palabra. La cabeza me pesa más de la cuenta y no puedo pensar con claridad.
Un grupo de personas cuchichean y nos observan desde el otro lado de la barra y
en ese momento me avergüenzo del despojo humano que soy. Me imagino a mí mismo
como un ser deforme que continúa con su proceso de autodestrucción etílica
sentado en el taburete junto a la barra. Miro a mi izquierda y Mel sigue
pidiendo copas como si le fuese la vida en ello. Los vasos vacíos se acumulan
en la barra, mientras mi nuevo colega en un inequívoco acto de que el alcohol ha
tomado posesión de su cuerpo, vuelve a sacar aquel magnífico producto que
habíamos estado esnifando en el baño momentos antes para empolvarse la nariz a
lo bestia delante de todo el mundo. Pero yo tampoco estoy en mis cabales y
empiezo a tambalearme en el taburete mientras le pido que me prepare un poco a
mí también. Se apodera de mí un miedo irrefrenable y empiezo a vociferar como
un maldito psicópata tratando de ponerme en pie. Mi colega aparece al rescate,
tratando de tranquilizarme. Tiene los ojos a punto de salírsele de las órbitas
y está completamente exaltado. La escena es tan patética, de verdad, tan
patética, que hace que me entre un ataque de risa fuera de catálogo. Me río con
tantas fuerzas que creo que estoy a punto de estallar en mil pedazos como una
piñata mexicana. Mis vísceras y mis tripas están llegando a su límite, pero
todo se soluciona con una gran papilla que echo sobre la barra para relajar
aquella excitación. Cuando recupero el aliento, mi colega sigue descojonándose
sobre su taburete y en ese momento recuerdo al cretino de José que o bien está
inconsciente, o bien nos lo hemos cargado, porque todavía no ha subido del
baño. Me dan ganas de reptar una vez más hasta los retretes para seguir
golpeando la calva cabeza de José, pero no estoy en condiciones de dar un par
de pasos por mí mismo.
Patrick grita con el rostro desencajado desde el otro lado
de la barra mientras recoge toda la pota de la barra, pero mi estado de embriaguez
hace que solo oiga ecos. Miro a mi alrededor. El humo del tabaco y las luces de
neón conforman un ambiente malsano que me hace sentirme inspirado.
- Eh colega, ¿te
apetece acompañarme a hacerle una entrevista a una vieja estrella del rock?
Podemos continuar la fiesta a cuenta suya.
- Desde luego que sí, esto no ha hecho más que empezar – Me
contesta Mel con la mirada perdida.
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