José está sentado en la mesa del fondo con un tipo que no alcanzo a ver bien y al cuál creo no conocer. Parece un poco pasado de rosca, pero se ríe con las gilipolleces que le estará soltando éste. Quién soy yo para juzgar a nadie. José siempre me ha parecido un imbécil total, y aprovecho para huir sin que me vea y no tener que soportar otra comida de oreja como acostumbra a hacer.
Al mirar a través del cristal de la ventana puedo contemplar el calor pegajoso que llena la calle. La lluvia ha dado una tregua a los caminantes que transitan por la avenida, aunque algo me dice que no será por mucho rato. El bochorno es insoportable y decido quedarme aún con riesgo a que me tenga que ver aguantando a semejante pelmazo.
Patrick se acaba de percatar de mi existencia y se acerca para servirme sin preguntar. Él sabe lo que quiero y yo sé que nunca falla. Patrick es un tipo reservado, malhablado y gruñón, pero nos hemos cogido afecto con el paso del tiempo.
-¿Un día duro? - Me pregunta con ese particular acento irlandés.
-Ni te imaginas.
No hace falta nada más. Después de servirme unos cacahuetes vuelve a su sitio para continuar con el partido.
Le doy un trago largo a la pinta de delicioso manjar de los Dioses. Está fresca y amarga, tal como debería ser una cerveza. Pero de pronto mi calma y mis nervios comienzan a poner a prueba mi juicio. Una mano se introduce en el bol de mis frutos secos, es él. José me ha visto y se ha acercado a saludarme. Sin previo aviso me roba los cacahuetes que yo iba a disfrutar y comienza a contarme su mierda. Me asomé al fondo del bar, la mesa que había estado ocupada está completamente solitaria.
-¿Qué tal, tío? Me han comentado que llevas tiempo sin hacer gran cosa.
-Una crisis, José.
-Joder con la crisis. Este es un país de vagos. No trabajáis porque no queréis.
-No me toques los cojones, José, no estoy en condiciones de discutir. Y deja de meter tus malditas manazas en mis frutos secos.
De pronto, pensamientos abstractos irrumpían en mi cabeza, quería acabar con la vida de ese miserable de profesión taxista. El mundo no necesitaba más conductores borrachos.
El impulso irrefrenable de acudir al baño se hacía mayor con cada frase que soltaba aquel retrógrado imbécil. Me disculpé y bajé de nuevo aquellas escaleras. El olor a marihuana mezclado con la cantidad ingente de humo que hay no es normal, pero me da igual. Al inspeccionar cuidadosamente el cagadero donde iba a entrar para aspirar con más ganas que nunca por la nariz, estaba más o menos decente. Saco una bolsa de plástico hasta los topes de nieve, la preparo con esmero y fabrico con un billlete una escopeta cojonuda con la que olvidar a ese maldito imbécil de José. Mágico. Noto como todos los problemas desaparecen, excepto aquel humo. Me levanto por encima del cubículo y asomo mi cara; primero mis ojos y luego la polvorienta nariz sedienta de excesos. ¡Es el tío que estaba antes con el miserable personaje que me roba los aperitivos! Le veo riéndose sin aparente motivo, disfrutando de su propio viaje, y ajeno a mi presencia.
-¡Hola!
-¿Pero qué cojones? -Contesta el sorprendido yonki.
-¿Tú no eres el tío que estaba hace un rato con José?
-Sí. Si aguanto un solo minuto más sus gilipolleces sin fumar, no sé qué hubiera hecho.
-Te entiendo. ¿Quieres un poco de nieve?
-¡Por supuesto!
Seguimos metiéndonos, regodeándonos en el exceso, pero nos da igual. Dos personas sin ninguna motivación más que ponerse hasta el culo. Lo necesitamos, claro está. El calor de la sala hace cada vez más insoportable la estancia allí, pero no importa, ahora no.
De pronto la puerta se oye. Una risa repuganante, mezclada con olor a alcohol acaba de completar el cocktail perfecto de edor en aquel cuarto de baño. Nosotros enmudecemos. Es José, parece que viene con ganas de mear.
Noto como la cara de mi alterado acompañante cambia de nuevo a un pálido enfermizo, pasando a ser de un rojo aterrador. Sudorosos como cerdos, seguimos ocultos en el cagadero, cada vez más puestos. El mundo de lo que es real y lo que no, empiezan a fundirse en un vals perfecto de armonía y ritmo. La música se oía más fuerte por el hueco de la escalera. Un potente jazz sonaba causando un extraño efecto de euforia. La tormenta volvía a retumbar sobre nuestras cabezas, se podía oler el característico olor a tierra mojada por el pequeño ventanuco del baño. Noté en mi pecho como que el corazón quería salir de él a base de golpes violentos.
Mi nuevo amigo observa a través de la rendija en la puerta entornada. José ríe con esa maldita pinta de borracho despreocupado. La misma pinta que hemos tenido tantas veces nosotros, pero que ahora sólo nos produce ira. De pronto mi desconocido compañero sale de aquel minúsculo habitáculo y golpea la nuca de José. Éste cae al suelo al rebotar su calva cabeza contra la pared, y una expresión de terror se dibuja en su rostro. Yo no doy créito a lo que está pasando. Lo único que sé es que esa orgía de drogas, violencia y sangre me empieza a motivar. Parece que aquí se ha montado una fiesta de las buenas, y soy el invitado de honor. Me acerco y pateo el cuerpo y la cabeza de aquel imbécil, mientras le escupo en la cara y le recuerdo todas las veces que me ha hecho enloquecer con su mierda. Los gemidos se mezclan con las notas de jazz. La confusión se apodera de nosotros. y una vez deja de moverse, caemos exhaustos al suelo.
¿Qué diablos acababa de ocurrir?
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