Tras pegarle una buena paliza a José con el tío con el que
acabo de ponerme hasta el culo de coca en los baños, recupero algo de mi
cordura. Estoy sentado contra la pared y en el suelo hay un charco de sangre.
“¡Que se joda!” me digo a mí mismo mientras le escupo en la cara un repugnante
moco.