Salimos del bar y el calor sigue siendo pegajoso, escupo un gargajo repugnante a causa de todo lo que he fumado durante mi estancia en aquel agujero. Saco el último cigarrillo y estrujo el paquete, que dejo caer al suelo desvergonzadamente. El tipo al que he conocido hace un rato tiene la cara cada vez más desencajada y su aliento apesta a piscolabis salados y vómito, pero me cae bien. El sol se ha escondido y las nubes han cubierto el cielo y, de pronto, como un milagro divino, comienza una tormenta que refesca las calles y nuestras maltrechas alma. Caminando por la avenida principal, Willy, como dice que se llama mi compañero del que empiezo a tener serias dudas de si su existencia es real o un simple delirio alcoholico por mi parte, me recuerda que tenemos una cita con un juguete roto de la industria musical; un rockero de la vieja escuela que estará más pasado de rosca que nosotros dos.
-¿Tú también quieres, hijo? -Pregunta Willy mirándolo con superioridad-.
Aquel idiota salió despavorido. Mi colega limpió aquel objeto y lo guardó nuevamene en el bolsillo.
-¿Qué diablos es eso? -Dije sin pensar-.
-Lo sabrás a su debido momento, muchos tíos matarían por uno de estos.
Opté por mantenerme en silencio, saqué la petaca, le di un tiento y ofrecí a mi amigo otro, que aceptó de buena gana.
Un coche negro apareció de pronto, Willy dijo que era nuestro transporte. Éste se posicionó y abrió la puerta, con las gotas de la lluvia resbalándole por su rostro y su chupa de cuero. Se me quedó mirando fíjamente a los ojos, con una cara de enfermo terminal que le había proporcionado todo el alcohol que habíamos ingerido.
-¿Subes o qué?
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