Son las siete y media de la tarde y el calor es insoportable. Llevo un buen rato tratando de preparar la entrevista que tengo que hacer esta noche al cantante de rock Ramón Salsamendi. El vértigo que proporciona echar un vistazo al papel en blanco bloquea mi mente y no me permite escribir con fluidez. Intento recordar alguna anécdota comprometida de su vida que me proporcione el jugo que demandan mis lectores, pero es un tipo que toca de pena y jamás me ha interesado su música ni su vida, ni siquiera durante mi juventud cuando todavía era considerado un ídolo. Trato de concentrarme, pero me resulta más divertido mirar a la tele apagada que hacer cualquier esfuerzo en preparar una entrevista a ese cretino. En ese preciso momento siento la llamada. Mi boca reseca es una señal inequívoca de que llevo más tiempo de la cuenta sin tomar un lingotazo.